¿Krain?
Podría ser el título de una canción electrónica, de aquellas que no sabes por qué te acaban gustando a pesar de provocar rechazo al principio. Pero no.
Krain podría ser una marca de cosméticos en Aruba.
También podría ser el nombre una publicación universitaria en Moscú o, mejor, podría ser el nombre de un tipo de estante desmontable en Ikea.
Krain es un hombre y ni siquiera sé si se escribe así o si lo conocí de verdad o si fue una aparición. Krain podría haberme conquistado con un pestañeo, con una media sonrisa de esas ambiguas que todo el mundo se pregunta qué función tienen o podría haber bailado un vals conmigo en un palacio con suelos de mármol asalmonado. Pero no. Él, así lo decidí, era un boer noble que venía a hablarme de la ciudad idealista, la ciudad de las personas rubias, medio calvas y con canas, bondadosas, y en la que existe amor y sexo para todos diariamente. Krain podría haberme enamorado si hubiera citado un par de nombres de calle más, una grote beer más. Pero no fue así. Krain podría haber jugado con las células muertas que salen de mí dos semanas después de ponerme inconscientemente durante tres horas al sol sin protección. Menos mal que Krain no quiso jugar con las células muertas, qué horror.
Si yo fuera varón sería sin duda un krain más. Me iría con mis compañeros al sur de europa, en un viaje de business y hablaría a los seres influenciables sobre mi ciudad y éstos se pondrían a escribir sobre mí mientras sobrevuelo alguna que otra capital, y me pararía y me compraría un zumo porque no repararía en gastos de empresa. Yo sería un buen krain. Todo el mundo puede ser un krain. Solamente hay que hablar con pasión de tu ciudad natal o que haya gente que se embobe fácilmente.
Krain o los cambios.
Cuándo se ha de dejar una situación y una ciudad. Cuando empieza a haber demasiada gente a la que no te quieres encontrar al salir a la calle.
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