Die Revolution seid ihr
Existían edificios naranjas que fueron derruidos. Yo quiero poseer un edificio naranja.
No me acordaba de lo que me gustaba ir en metro hasta que ayer, sin otro sabor en la boca que la sopa instantánea de noodels High Quality y con Vitamina A de 0.30 €, me paré a pensar y empecé a observar a los hombres grises de oficina. Cómo me gustan los hombres grises, con su best seller en la mano y su paraguas largo. Entonces me invaden los deseos de tener un paraguas largo y no un pequeño de bolso o aquél de poder hacer la pausa de media hora en un restaurante chino mientras lees los titulares más grandes del periódico. Sin embargo, ahora cojo la bici diariamente, pese a ahorrar tiempo y dinero, no estoy contenta, oh creedme que no lo estoy, porque echo tanto de menos eso de ver a los oficinistas desatarse un poquito el nudo de la corbata, eso, lo justo para poder respirar algo más y verse con un toque desenfadado en el reflejo del cristal.


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