Die Revolution sind wir

Hoy no soporto los comics porque los dibujos no son naturales, porque esa manera de pintar me produce dolor de cabeza, porque en el fondo tengo envidia por no poder pintar historias. La ciudad es una fábrica. A las ocho de la noche se huele la energía consumiéndose, llegando a lo hondo de los pulmones de la gente, las ventanas son naranjas y los pasos en la calle escasos, y los que hay son silenciosos. Las personas se arropan alrededor del horno, se cuentan las historias del día, las discusiones con los colegas del trabajo y a las diez todo el mundo duerme. Me gustan las fábricas. He decidido escribir hasta el final de la foto, porque como diría mi jefa queda visualmente mal si un bloque de texto no tiene la misma altura que la foto que va con éste, duele en los ojos. Y aunque no tenga nada que aportar, el día en que Estados Unidos tiene un nuevo presidente apuesto y guapo y en el que se depositan esperanzas, voy a seguir escribiendo. Por cierto, he observado que los alemanes no cruzan bajo ningún concepto con el semáforo en rojo, que incluso abuchean al personal que incumple la norma, he observado que los alemanes son guapos si se les mira con ojos optimistas y con el humor de una joven después de haber tenido una noche de coqueteos con dos hombres que le han agasajado con flores y pasteles. Ya va quedando menos para no tener que escribir más, queda menos de un tercio de la fotografía. No sabéis como sufro por no tener la letra enye. Volviendo a las fábricas y a los poetas, y al pastel de queso y a la pizza de cuatro estaciones. Aún hoy en día se hace a una mujer feliz con comida, queda una frase para zanjar esta entrada del aburrimiento abismal. Dependerá del browser.