27 January, 2010

el baile

Vamos al bazar chino a comprar un alargo-ladrón con muchos enchufes y un interruptor. Los chinos están distraídos y entramos de repente, ellos se giran y empieza el baile. Lentamente se ponen detrás tuyo y van vigilando tus movimientos, te giras a la derecha y el chino disimuladamente mira el techo, pero ambos sabéis que os estáis vigilando mútuamente. Él para que no robes y tú para ver si se ha ido de una vez y poder elegir sin presión cualquier articulo del bazar. Es un tango, es un pasodoble, es incluso un baile sensual de miradas y de esquinas de estantería, es un duelo cultural en el que sientes su aliento en la nuca. Pero yo no iba a robar, como creyó el chino. Pasé al lado de una mujer que llevaba una fragancia de coco que yo usaba antaño, una de marca francesa impronunciable y entonces pensé que me importa muy poco si steve jobs saca un invento fabuloso, me importa bien poco si es táctil o no, porque los gadgets pueden desaparecer y de paso los enchufes que iba a comprar porque si el olfato se llegaba a atrofiar en mí, lloraría mucho. En fin, lo que venía a decir es que da igual cuantos artilugios idee el buen hombre porque los teclados de los macs son una basura y no son ágiles, donde se ponga un pc con sus ruidosas teclas de volumen desorbitado que se quite lo pretencioso. Al lío. Iba yo tan tranquila con mi dolor de piernas y mi agenda apretada, que se me olvidó comprarme un gofre un día, aquello estaba programado a las 17,30 hora peninsular y de golpe hoy me reconcilié con aquel día y me compí el gofre más delicioso, mullido y caliente del mundo. Tuve mucha suerte de poder hacer esto y así evitar la visita a la tienda del chino. Los gozos y las sombras de Spotify.

1 comment:

Aina Rubies said...

A on t'has menjat aquest gofre tan bo???'