08 January, 2010


Está a punto de nevar, pero no llega a hacerlo. Todo el mundo cabizbajo espera el autobús y aquél le dice a la otra que su jefe tiene visión empresarial porque su mujer se lo ha metido en la cabeza. Le explica que él cree que su jefe pega más detrás de un mostrador, repartiendo etiquetas para enganchar en los impresos de Hacienda. En lo que dura el trayecto ella se ha colocado tres veces el gorro hasta taparse las orejas mientras asentía pensando en la pizza fría que le sentó mal en el estómago el día anterior. Son días de invierno y de no saber dónde se está mejor, si en el sofá acurrucado o en la cama o en ninguna parte. Su jefe nunca supo que su destino equivocado le llevó a la infelicidad y que las etiquetas le hubieran dado la plenitud personal, tampoco supo que la ropa tendida demasiados días se queda seca como un bacalao. El pasaje sube al convoy, los columnistas repelentes se peinan el flequillo, la maquinaria se pone a punto, se oye la sirena y despegamos rumbo a la materia oscura, a atravesar atmosferas y diseños de interior con gomets y chinchetas, "punxons" y celofán. Que las visiones empresariales estén claras o se acaben y que no suba el precio del transporte y que me sienta un poco mejor antes de que caiga el primer copo. Pero aquí nunca nevará.

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