28 February, 2010

Hay un refugio en una cabaña de los Alpes y se hacen recurrentes las referencias dominicales. Una vez creí que podría componer una canción, con un principio y un final, empezaría escribiendo la letra para después ponerle acordes. Fue imposible. Otra vez creí que la mejor canción que nadie había hecho era La Copa de Europa de los Planetas porque es como un campo de batalla vacío que poco a poco va llenándose de guerreros con escudos y condecoraciones, con espadas y arcos. Ahora no creo que sea la mejor canción que se haya escrito. Porque la mejor canción que puede existir no la he escuchado aún siquiera, pero sé que hablará de café con leche a mediodía, de una plaza con gente tomando el sol y de un niño dando patadas a una piedra. Tendrá un estribillo poco común y hasta la tercera vez que la escuche no me va a gustar. También contendría notas de nostalgia para empollones que miran la pared para apartar la vista de los apuntes, empollones con pared amarilla delante, de los que se distraen sacando el tapón del extremo superior del boli bic, ese que siempre se pierde y puede ocasionar la muerte si es engullido por accidente. El camarero quiso ser astronauta, el huerto cuestionó a una cooperativa. Patricia Conde es una mujer enrollada.

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